VERDES PRADOSLibre y despreocupada trotaba por el inmenso verde que llegaba más allá de donde su vista alcanzaba.
No conocía brida ni montura y se internaba en el follaje cuando le apetecía, apareciendo de nuevo cuando quería.
Nadie sabía dónde iba, pero cuando volvía se la veía llena de vida, como si hubiera bebido de las fuentes de la eterna juventud.
El la vio y no resistió la tentación de acercarse, despacio, con voz de terciopelo. Estaba confusa y él aprovechó el momento para acariciar su pelo con suavidad.
Varias veces repitió esa operación, hasta que un día le colocó la brida con dulzura y la montura después, cabalgando sobre ella haciéndola pasar por caminos estrechos donde las zarzas le producían pequeños arañazos, para comprobar el grado de éxito de su conquista.
Después de cada paseo le limpiaba las heridas, cepillaba su pelo con delicadeza y le susurraba bonitas palabras.
Antes era libre, pero ahora tenía alguien que alababa su porte elegante.
A veces echa de menos sus verdes prados, pero ahora tiene quien la cuide.
El no olvida qué es lo que de ella le gustó, así que a veces le quita la brida y la montura y deja que se interne libre en la intimidad de su bosque.
Sabe que volverá porque su yugo es ligero y la complicidad intensa.
Sabe que volverá porque su yugo es ligero y la complicidad intensa.
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